sábado, marzo 25, 2006

Perdidos en Tokio



Un divertido y genial director de cine dijo alguna vez con ironía que «el sexo sin amor es una experiencia vacía, pero como experiencia vacía es una de las mejores». En verdad, se ha escrito mucho sobre las posibilidades y los límites del sexo sin amor pero, no me ha tocado leer mucho acerca de las perspectivas del amor sin sexo. Sin embargo, una buena respuesta podría encontrarse en esta inolvidable película de Sofía Coppola.

Para los que no la vieron, Bob y Charlotte (Bill Murray y Scarlett Johansson), son dos norteamericanos que se encuentran en Tokio de manera absolutamente casual. Él es actor de cine, hombre maduro de unos 50 años, con 25 años de casado, que ha llegado a filmar el comercial de de una nueva marca de whisky. Ella es una joven licenciada en filosofía, muchacha de veintitantos, que ha ido acompañando a su marido, un fotógrafo que ha viajado a cumplir un pequeño contrato con una compañía japonesa y que lo mantiene fuera de la ciudad.

Solitarios, aburridos e insomnes, ambos van a encontrarse fortuitamente en el ascensor y en el bar de su hotel, haciéndose amigos. Paulatinamente descubrirán lo que tienen en común, un desencanto que vas más allá de la circunstancia de estar solos en una ciudad desconocida y extraña. Pasearán por Tokio, conversarán mucho y descubrirán, en la afectuosa compañía del otro, nuevas posibilidades a la vida.

Bob y Charlotte jamás se besan. Sus continuas aproximaciones les llevan incluso a compartir la cama en una ocasión, pero no para tener un encuentro sexual sino sólo una oportunidad insólita para hacerse confesiones y compartir secretos relacionados con sus propias vidas, como buscándose a sí mismos. La película no los propone como amantes, sino como dos almas deshabitadas que deciden construir una amistad sencilla y estimulante, basada en la confianza y en la mutua admiración que surge en sus continuas pláticas. Y quizás también en la inevitable atracción que empieza a aparecer –matizada con sutiles e insinuadas escenas de celos- conforme van acercando sus vidas y poniéndolas desaprensivamente en el oído del otro.

En ningún momento la historia muestra a ambos personajes perdiendo conciencia de los límites o ensayando transgresiones, caminan con delicadeza sobre sus fronteras, tratándose con ternura y permitiéndose disfrutar de su compañía hasta donde les es posible. Cuando suena la hora del regreso al mundo real, el abrazo de despedida y la sonrisa final de Charlotte puede dejarnos algo perplejos, desencantados, frustrados o tristes, por la inevitable expectativa de continuidad que despierta una relación tan intensa.

Pero creo también, en cierto modo, que nos deja esperanzados. Es que este desenlace otorga una posibilidad a un tipo de amistad heterosexual basada en un vínculo fuerte, no orientado necesariamente hacia el sexo y, a la vez, enriquecedor, lleno de oportunidades de crecimiento mutuo. En mis primeras sesiones de psicoanálisis, hace tantos años, le llamaban a esto «amor sublimado» (¿te acuerdas, Cecilia?). Puede ser difícil de administrar y exige cierta inteligencia emocional, lo reconozco, pero quizás sea suficiente por ahora confirmar que no representa un despropósito postmoderno ni una simple licencia literaria.

Título Original: Lost in Translation
Director: Sofía Coppola
Actores: Scarlett Johansson y Bill Murray
Guión: Sofía Coppola
Productor: Francis Ford Coppola, Sofía Coppola
País: Estados Unidos/Japón
Año: 2003
Género: Drama/ Comedia

© LGO 2005

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